Moscú. El presidente Vladimir Putin –con la mente puesta en las elecciones parlamentarias de septiembre– prometió este miércoles tomar medidas para reanimar la economía rusa y aminorar los efectos de la crisis en los sectores de la población más necesitados, al tiempo que los seguidores del opositor Aleksei Navalny, aunque en cantidad menos numerosa que en ocasiones anteriores por el riesgo que representaba salir a la calle a protestar, exigieron en más de cien ciudades del país su libertad.
Actividades tan paralelas como diferentes, cada cual se desarrolló según su propio guion. En una, el presidente –al cumplir el trámite de dirigir su mensaje anual a la nación ante los miembros del Parlamento– este año que debe renovarse la composición de la Duma centró su discurso en reconocer que la situación no es la mejor por causas ajenas a su voluntad y en ofrecer pagos únicos, excepcionales, para contentar a los rusos más castigados por las inclementes dificultades económicas. Más votos, probablemente.
En la otra, menos votos quizás, una sola demanda: la libertad de Navalny. Las acciones en favor del opositor encarcelado no merecieron espacio en los noticiarios de la televisión pública de Rusia. Nada dijeron sobre las detenciones “preventivas” de figuras de oposición al momento mismo de salir de su casa, como Kira Yarmish, secretaria de prensa de Navalny, que acabó en una comisaría cuando decidió ir a comprar pan por la mañana.
Hacia las nueve de la noche, había ya 459 detenidos y, sin duda, el número final será mayor, como en ocasiones previas. Asistieron a la protesta muchos jóvenes y, a la vez, hubo menos participantes de lo que podría esperarse por los cientos de miles que expresaron en Internet su intención de hacerlo.
En lo que se refiere a política internacional, con un lenguaje más contenido que belicoso, Putin –en contra de las “filtraciones interesadas” que insinuaban anuncios espectaculares de ruptura con Occidente– no hizo ninguno: ni Rusia quiere abandonar el sistema de transferencias bancarias SWIFT, ni renunciar al dólar como medio de pago, ni solicitar al Senado autorización para usar las tropas rusas fuera de las fronteras del país, ni aceptar que las regiones rebeldes del sur de Ucrania se incorporen a Rusia, ni instalar una base militar en Bielorrusia, ni nada que pudiera complicar más las relaciones de Moscú con el resto del mundo.
Por el contrario, Rusia –dijo el titular del Kremlin– quiere “mantener buenas relaciones con todos los que intervienen en la comunicación internacional, incluso con aquellos que, por decirlo de una manera suave, en los tiempos recientes no nos resulta dialogar”, en alusión a Estados Unidos y algunos países de Europa.
Ello no quiere decir, añadió Putin, que “queremos quemar los puentes, pero si alguien interpreta nuestra buena voluntad como indiferencia o muestra de debilidad, y al mismo tiempo está dispuesto a destruir esos puentes, debe saber que la respuesta de Rusia será asimétrica, rápida y contundente”.
Advirtió que “los organizadores de cualquier provocación que afecte los intereses esenciales de nuestra seguridad, van a lamentarlo como nunca han lamentado”. Y remató: “Rusia misma va a fijar las líneas rojas que nadie debe sobrepasar”.
Al poner de ejemplo que no va a permitir que ocurra aquí lo que se supone que iba a pasar en Bielorrusia, Putin dijo que “cada quien puede pensar lo que quiera acerca del (derrocado) presidente de Ucrania (Viktor) Yanukovich o de (Nicolás) Maduro en Venezuela (…) pero organizar golpes de Estado, planear asesinatos políticos, incluidos los de los gobernantes, eso ya es pasarse, ir más allá de cualquier límite permitido”.
Según Putin, los servicios de seguridad de Rusia y Bielorrusia, en una reciente operación conjunta, detuvieron en un restaurante de Moscú a un grupo de bielorrusos exiliados que, financiados por los servicios secretos de Occidente, “planeaban llevar a cabo un golpe de Estado contra (el presidente Aleksandr) Lukashenko” y estaban negociando como repartirse el poder, tras asesinar al mandatario bielorruso y a todos sus descendientes.
No parece casual que Putin se haya referido a los “planes de asesinar” a Lukashenko un día antes de reunirse con él, ya que vendrá a Rusia en busca de más respaldo del Kremlin.
Juan Pablo Duch / La Jornada