En Nueva York, ayer, el Consejo de Seguridad de la Organización de Naciones Unidas (ONU) realizó una reunión de emergencia a fin de buscar un modo de detener el inmisericorde ataque de Israel contra la población de Gaza –que ha causado ya alrededor de 200 muertes, entre ellas las de 58 niños y 34 mujeres– y los continuos lanzamientos de cohetes por la organización palestina Hamas hacia ciudades israelíes, que han causado una decena de muertes, dos de ellas de menores.
Las palabras con las que el secretario general de la ONU abrió la sesión no dejan lugar a dudas: el funcionario calificó la destrucción humana y material de “absolutamente espantosa”, una referencia que sólo puede ser aplicable a la franja de Gaza, donde la vida de la población, de por sí precaria por el férreo bloqueo israelí, se ha convertido en un infierno por los bombardeos aéreos y terrestres, el corte del servicio eléctrico, los ataques de las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF, por sus siglas en inglés) contra hospitales, campos de refugiados y residencias de civiles y la reciente prohibición de introducir medicinas e insumos médicos, como denunció la organización Médicos Sin Fronteras (MSF).
Cierto es que para los habitantes de centros urbanos israelíes como Ascalón y Tel Aviv la escalada bélica se ha traducido en muerte, zozobra y destrucción material, pero en una escala infinitamente menor que en la arrasada franja.
En este contexto, cabe saludar el posicionamiento de la representación mexicana ante el Consejo de Seguridad, encabezada por Juan Ramón de la Fuente: el diplomático condenó el continuo despojo territorial de los palestinos por parte del régimen de Tel Aviv; la represión policial israelí en Jerusalén, que fue el factor detonante de la escalada; los bombardeos de civiles en Gaza y el uso desproporcionado de la fuerza contra la infraestructura civil y de medios informativos.
Asimismo, condenó los ataques de Hamas contra localidades israelíes, lamentó la lentitud del Consejo de Seguridad para asumir su papel como garante de la paz y la seguridad internacional. Además, el representante mexicano exhortó a resolver la aspiración palestina a un Estado propio y las preocupaciones de seguridad de Israel en el contexto de la solución de “dos Estados que convivan en paz, con fronteras seguras e internacionalmente reconocidas, que preserven el estatuto especial de Jerusalén”.
Por otra parte, ayer la Organización de Cooperación Islámica celebró una reunión de emergencia para analizar la terrible situación en la Palestina ocupada y cercada. Aunque algunos de los integrantes de esa instancia internacional, como Arabia Saudita, Turquía y Marruecos mantienen relaciones cálidas con el régimen de Tel Aviv, en el encuentro se mantuvo el consenso para la fórmula de los dos Estados como solución al añejo problema palestino-israelí.
A pesar de estas reacciones internacionales adversas, el premier israelí, Benjamin Netanyahu, porfía en mantener la ofensiva contra Gaza, donde hace dos días las fuerzas israelíes destruyeron la sede de la cadena Al Jazeera y de la agencia Associated Press so pretexto de que el edificio era usado por Hamas, afirmación que hasta ahora no ha sido demostrada.
Como es evidente, la vía para detener el derramamiento de sangre no pasa tanto por Tel Aviv, Jerusalén o Gaza, sino por Washington y Bruselas: Estados Unidos y la Unión Europea deben exigir a los gobernantes israelíes que acepten un alto el fuego inmediato y el establecimiento de un Estado palestino en la franja de Gaza y la totalidad de Cisjordania, con capital en la parte oriental de Jerusalén, como lo estableció desde hace décadas la comunidad internacional.
La Jornada