Hace 20 años nadie conocía a una jovencita tijuanense llamada Jackie Nava. La noche de su debut profesional el 29 de mayo de 2001, en Honolulu, Hawai, esa novata llegó empujada más por la confianza de su entrenador que por la suya propia. Derrotó a la local Vickie Cozy y ahí empezó una carrera admirable de dos décadas. Todo estaba por hacerse en el boxeo mexicano femenil, deporte que les dio una recepción más bien ingrata.
“Ni yo creía en mí”, dice un poco divertida en el homenaje por 20 años de carrera que ofreció el Consejo Mundial de Boxeo a quien fue su primera campeona del orbe.
“Yo no, pero un entrenador sí creyó en mí y vio facultades en esa desconocida que ganó esa noche”.
El canon de los sueños en este oficio suele empezar con los recuerdos de niñez que anhelan un día ser campeones. Jackie es sincera y se ríe como si traicionara un mandato.
“No fui una niña que soñara con ser campeona del mundo, la verdad”, dice apenada; “me hubiera gustado decir que así fue; ese sueño me llegó tarde, pero cuando estuvo al alcance lo aproveché”.
Y así se presentó la oportunidad de ser monarca. Primero nacional en 2004 y, un año después, interina mundial en la división gallo. Pocos meses después conquistó el naciente título del CMB en la categoría supergallo.
“Sólo había dos caminos esa noche (30 de mayo de 2005): o el cinturón se iba a Nueva York con Leona Brown o se quedaba en Tijuana conmigo”, dice con naturalidad.
Jackie hizo de su carrera un estandarte de dignidad y profesionalismo. En un terreno que vio a las mujeres con cierta suspicacia, demostró que podían alcanzar niveles sofisticados de técnica y coraje. Los dos duelos que protagonizó con Ana María Torres están entre lo más exquisito de este deporte.
Mariana Juárez, otra pionera y eventual rival en el último tramo de sus respectivas carreras, la felicitó .
Juan Manuel Vázquez / La Jornada