Aigle, Suiza., Masomah Ali Zada fue golpeada y lapidada por ir en bicicleta con ropa deportiva en Afganistán. En los Juegos Olímpicos de Tokio, formará parte del equipo de refugiados y pedaleará contra los prejuicios.
A los 24 años, la joven vive ahora en el norte de Francia y va a participar en sus primeros Olímpicos. Como el emblemático símbolo de los cinco anillos, la bandera bajo la que va a competir, ella se siente en la obligación de representar a toda la humanidad.
Participar en los Juegos, “no es sólo por mí”, comparte Zada; “es por todas las mujeres de Afganistán y las de otros países, donde no tienen derecho a ir en bici”.
Pero es también por Francia, “que verá a una mujer con velo sobre la bicicleta”, aunque eso resulte “un poco extraño”. No olvida a los 82 millones de refugiados y desplazados en el mundo que, como ella, han tenido que huir de su país.
“Me gustaría abrir la puerta a otros refugiados que van a presentarse después de mí”, señala.
Ali Zada no tiene miedo por el debut olímpico. Cuando se lance sobre la carretera el 28 de julio contra sus rivales en Japón, será su primera contrarreloj.
Como parte de los 29 seleccionados del Equipo Olímpico de Refugiados, creado en 2016 para los Juegos de Río, pudo entrenarse durante un mes en Aigle, en Suiza.
Como millones de otros afganos, la familia de Masomah Ali Zada, que pertenece a la minoría chiíta de los hazara, se exilió en Irán. Es allí donde comenzó a montar en bici, pero fue en su retorno a Kabul cuando ingresó en el equipo nacional, con sólo 16 años.
Pero ver a las mujeres con uniformes demasiado ajustados no era habitual y el entrenamiento se tornaba más que arriesgado.
“Sabía que estaba en peligro, pero nunca imaginé que la gente podría agredirnos por eso”, recuerda. Un hombre, desde su coche, le dio un golpe. “Casi todas las chicas que hacían ciclismo tuvieron la misma experiencia”, de varones que las golpeaban; “mucha gente nos insultaba y quería que dejáramos de montar en bicicleta”.
Cuando entrenaba en Kabul, sus compañeros hombres tenían la costumbre de hacer un círculo protector alrededor de ella.
Pero, a medida que multiplicaba las victorias, Masomah Ali Zada también vio aumentar la presión para que dejara la bicicleta, incluso en el seno de su propia familia, por parte de sus tíos. Finalmente, abandonó esta batalla, la familia pidió el asilo en Francia.
“Es muy doloroso dejar nuestro país”, lamenta, “pero cuando ves que no hay otra opción para tener seguridad, es una obligación”.
En 2020 comenzó su segundo año de ingeniería civil, en la Escuela Politécnica Universitaria de Lille gracias a un programa dedicado a los demandantes de asilo.
Tranquila, con voz dulce, la joven musulmana practicante extrajo de las duras pruebas de vida que atravesó para superarse.
En Aigle, la ciclista no ha parado gracias al programa de entrenamiento de seis días a la semana elaborado por su entrenador, Jean-Jacques Henry.
Un recorrido de 60 kilómetros la lleva a través de campos de trigo, castillos y varias cascadas que recorren las montañas, así es el escenario pintoresco de esta región de Suiza. Un grupo de habitantes locales incluso la animó mientras pasaba a toda velocidad, gritando “¡Vamos!, ¡vamos!, ¡vamos!” Zada sólo sonrió.
Más allá del deporte, para Masomah Ali Zada, la bicicleta es sinónimo de libertad: “Podemos ir a cualquier lugar. Somos como los pájaros, podemos volar”.
Afp